martes, 21 de julio de 2015

"Señor, dame lo que me pides y pídeme lo que quieras"·(San Agustín)

Señor, ¿dónde te hallé para conocerte —porque cier­tamente no estabas en mi memoria antes que te co­nociese—, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en Ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar pues nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más di­versas. Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quie­ren. Óptimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aque­llo que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nue­va, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba con­tigo. Reteníanme lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no existirían. Me llamaste y cla­maste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu per­fume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti.

Cuando yo me adhiera a Ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de Ti. Tú, al que llenas deTi lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de Ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis triste­zas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, señor! ¡Ten misericordia de mí! Con­tienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triun­fo. ¡Ay de mí, señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy mise­rable.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio militar? ¿Quién hay que guste de las mo­lestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. porque, aunque goce en tolerarlo más quisiera, sin embargo, que no hubiese que tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lu­cha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que so­brevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y poniendo en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio militar? Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia. ¡Dame lo que me pi­des y pídeme lo que quieras!

San Agustín, Confesiones, libro 10, 26, 37-29, 40

1 comentario:

  1. Dios me ha llenado de infinitas bendiciones en la vida; pero sé que cada vez que las he tenido en las manos las he perdido pues tengo, también, infinitas carencias. Pero la más grande de todas esas carencias es un espíritu bien dotado de gracia divina.
    Pienso que cuando Dios me ha encargado una empresa mis habilidades son tan inferiores que al final todo se pierde.
    Por esta razón y motivado por un profundo desánimo busqué una respuesta por parte de Dios y me iluminó esta frase.

    Ahora espero que Dios me dé lo que me pide para yo poderle dar lo que él quiera.

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